Consejos mayores

Nuestros mayores se caracterizaban por sus consejos. Siempre que nos acercábamos a una persona mayor, era típico escuchar sus consejos acompañados de refranes llenos de sabiduría popular. Con el tiempo los jóvenes nos fuimos cansando de tanta “letanía” porque pensábamos que los viejos estaban equivocados. Que ellos no han vivido lo que nosotros estábamos viviendo ese momento y sus consejos nos resultaban obsoletos y fuera de onda.

No sé si por nostalgia o por experiencia, ahora que los que fuimos jóvenes somos mayores nos vemos en la necesidad de aconsejar a nuestros jóvenes, para que no cometan errores en su vida de los cuales tengan que arrepentirse por largo tiempo, la historia se repite pero de manera exponencial, es decir que los jóvenes de hoy no solo no quieren ningún consejo, sino que muchos responden de manera violenta. Han perdido lo que nosotros llamábamos respeto y lo único que les vale es su propio razonamiento. La vida se les ha facilitado de tal manera que todo les parece fácil  y desechable. Como diría un mayor de antaño. “Este no ha pasado hambre”

En algún momento de nuestra vida todos necesitamos consejos, por algo nos decían que “Quien oye un buen consejo, nunca llegará a viejo” dicho de otra manera “Tendrá una vejez feliz y satisfactoria”

Lo que si hay que distinguir también es el tipo de consejo que recibimos, aunque nuestros jóvenes dicen no necesitar consejo, sí lo están recibiendo de parte de sus amigos. Pero los mejores consejos siempre vendrán de parte de sus padres. Y para los que tienen el privilegio de conocer el consejo de la biblia, seguro que tienen el mejor consejo. Solo hace falta leer el libro de los Proverbios.

“Hijo mío,  no te olvides de mi Ley,   y que tu corazón guarde mis mandamientos, porque muchos días y años de vida   y de paz te aumentarán.

Nunca se aparten de ti la misericordia y la verdad: Átalas a tu cuello,   escríbelas en la tabla de tu corazón y hallarás gracia y buena opinión  ante los ojos de Dios y de los hombres”

Prov. 3:  1-4

Un consejo desde Japón

 

El gran ejemplo que nos está dando el pueblo japonés es digno de alabar, pero dicho más concretamente, digno de ser imitado por nuestros pueblos donde siempre buscamos responsables y exigimos indemnizaciones. Y no quiero escandalizar en comparaciones pero los saqueos y los robos que se dieron en América del Sur, en el mismo caso del movimiento telúrico, son un lastre de una cultura insana, elaborada como el consejo del más listo, que está pronto para aprovechar la primera oportunidad que se presenta aunque sea la tragedia del vecino. ¿Y qué importa que sea nuestro hermano?  Luego nos quejamos de los políticos. Sin darnos cuenta que ellos son el reflejo de nuestra sociedad. Como decían nuestros mayores: “Como son los padres son los hijos”

Después de los desastres naturales a los japoneses les ha tocado vivir el escape de la radiación, lo que nos ha hecho recordar la catástrofe de hace más de veinte años en Chernóbil, en 1986, donde se dice que han muerto unas 25.000 personas de las que trabajaron en las labores de rescate. Sin embargo y sabiendo lo que les espera se han presentado voluntariamente130 trabajadores de las centrales, para tratar de enfriar los reactores.

Nuestras sociedades llenas de consejos, consejeros, tertulianos, sabios y sabiondos todavía, estamos lejos de alcanzar la estatura ética de lo que tanto proclamamos ser. Japón no nos da consejos, nos da ejemplo con sus hechos.

 

Una verdadera amistad

 

Es muy fácil conseguir amigos en los momentos de alegría y bienestar y de manera especial esa amistad interesada en disfrutar solo de lo bueno de la vida. Cuando las cosas van bien o hay algún interés de por medio mucha gente nos ofrece su amistad. Lo grave es cuando las cosas no salen a pedir de boca, pues dice un proverbio que “pocos son los amigos del pobre”.

Los verdaderos amigos son aquellos que comparten nuestras alegrías cuando se les llama y nuestras tristezas sin haberlos hecho saber. Dicho de otra manera, una amistad verdadera es aquella que conoce nuestra  vida a tal punto que sabe cuando estamos pasando por una situación desagradable y nos viene a consolar, a animar, a darnos una palabra de aliento, a sentarse junto a nosotros en medio de nuestro dolor. Una amistad verdadera es notoria su presencia en nuestra aflicción. Por esta particularidad, se puede decir con certeza que pocos son los verdaderos amigos.

Estamos rodeados de mucha gente, tenemos compañeros de trabajo, vecinos, a veces familia cerca de nuestra casa; pero de manera increíble en los problemas y dificultades parece que los problemas alejan de nosotros a  las amistades, cuando debería ser lo contrario. Esto se debe a que nosotros tenemos una relación de amistad egoísta, a muchos de nosotros no nos gusta dar,  solo recibir. Necesitamos aprender a dar empezando por nuestra amistad sincera y desinteresada. Y cuando se dice dar, es dar sin esperar recibir nada a cambio. Porque si damos con la esperanza de recibir ya caemos en el egoísmo e interés. Si somos honestos podemos decir que fácil es decir pero muy difícil de hacer, a muy pocos nos gusta dar sin esperar recibir, y cuando toca  hacerlo hay que luchar contra nosotros mismos, porque siempre estamos recordando lo que hemos dado. Decía un maestro muy apreciado: “Nunca deberíamos acordarnos cuando damos y siempre deberíamos hacerlo cuando recibimos”

¿Qué podemos dar? Aunque nos parezca que no tenemos que dar, si nos rascamos el bolsillo siempre habrá, no necesariamente dinero, o cosas materiales. Muchos de nuestros amigos necesitan un abrazo, una sonrisa, una llamada, una palabra de aliento, una palabra de consuelo, un decirle “estoy contigo”. Si  es una persona mayor  que está en una residencia, o si es un amigo que está enfermo,  le hará mucha ilusión que alguien le visite. Si queremos podemos, todo está en comenzar,  de seguro que algún día recibiremos, a lo mejor no de la misma persona sino de alguien que quiere dar su sincera amistad y se topa con nosotros.

En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia. Prov 17:17

 

El miedo de nuestra generación

¿Tienes miedo? Cuando éramos niños nos contaron un cuento que se llamaba “Juan sin miedo” pues ese era el nombre del personaje del cuento que se caracterizaba por su arrojo y valentía. Entre los innumerables conceptos del temor, podemos decir que es una reacción fisiológica que nos ayuda a protegernos de los peligros a los que estamos expuestos en nuestro diario vivir.

Pero el temor o el miedo experimentado como una emoción, es peligroso y altamente destructivo para nuestra vida, porque cuando es emocional experimentamos un  temor por algo incierto, es decir por algo imaginario generalmente relacionado con el futuro.

Dicen los que practican la meditación trascendental, que la solución está en hacer visualizaciones del problema imaginario que nos afecta, y cuando lo tengamos visualizado pedir al cosmos, que nos ayude a dar una salida adecuada, y una vez que hemos pedido al cosmos. Visualizar que el problema se soluciona de acuerdo a lo que nosotros creemos que debe solucionarse, o de acuerdo a lo que el cosmos nos haya guiado.

Algunos sicólogos dicen que uno debe investigarse a uno mismo en lo profundo de su ser para encontrar el motivo  verdadero de su temor, y que cuando lo descubramos  vamos a poder enfrentarnos a él y cuando lo enfrentemos con valor éste desaparecerá. Para esto requiere que sembremos semillas de valentía en nuestro interior. O sea que la solución está en uno mismo no en una fuente externa.

Según parece que el hombre en busca de soluciones, quiere reemplazar a Dios, ya sea  con el cosmos o ya sea con su propio  ser. Sin embargo quienes tenemos el privilegio de creerle a Dios. No solo creer en Dios, sino creerle a Dios. Encontramos la solución a nuestro miedos en  la seguridad y confianza que Él nos ofrece.

Un amigo incrédulo en Dios se burlaba de otro que era creyente. Le decía que es un miedoso porque tiene miedo a Dios y ese miedo era lo que le hacía seguirle.  El miedo a Dios o como la escritura lo dice “temor” se debería traducir correctamente como respeto y reverencia para obedecer sus preceptos, los cuales no son gravosos. Desde luego que nuestra generación, no tiene ese temor de Dios, pero tiene un pánico desmesurado a la pobreza, a las crisis económicas, a la soledad, a las guerras, al desempleo, a las enfermedades, a la muerte y aun innumerable etc.  Añadiendo que es un miedo imaginario, ya que en cuanto miran por la televisión que hay una nueva enfermedad ellos "ya la tienen" o están a punto de contraerla.  Y aunque nuestra generación se auto denomina  atea, esos miedos  son sus dioses. Unos dioses despiadados que los llevan a la depresión, la angustia, la desilusión, la miseria y la pobreza.

“No llaméis conspiración a todas las cosas que este pueblo llama conspiración;  ni temáis lo que ellos temen,  ni tengáis miedo. A Jehová de los ejércitos,  a él santificad;  sea él vuestro temor,  y él sea vuestro miedo.” Isaías 8:12-13

“En el amor no hay temor,  sino que el perfecto amor echa fuera el temor;  porque el temor lleva en sí castigo.  De donde el que teme,  no ha sido perfeccionado en el amor.”   1Juasn 4:18

La edad de la felicidad

No cabe duda que la mejor edad del ser humano es la juventud, tener entre 15 y 30 años parece que es lo preferido por mucha gente en algunas encuestas que se han hecho, aunque depende de la edad de los encuestados. Según algunas conclusiones de los encuestadores, mucha gente echa de menos los años pasados a partir de los   25 años de edad. Y a la pregunta de que si tuvieron más felicidad en los años pasados respondieron afirmativamente.

Haciendo una pequeña reflexión podemos decir que la mayoría de la gente nos centramos en esas edades. Porque cuando tenemos menos de 18 por poner un ejemplo, si nos preguntan la edad una gran mayoría contesta 18 sin tenerlos todavía. Cuando llegamos a un rango que consideramos entre los 18 y 22, si nos hacen la pregunta contestamos con orgullo o llenos de felicidad: ¡dieciocho! Pero poco a poco parece que nos llega el desánimo y la nostalgia y ya no contestamos con tanta alegría cuando han pasado los “mejores años”. En muchos de los casos se suele responder con otra pregunta. ¿Y cuántos crees que tengo?

En algunos lugares esta pregunta suele considerarse casi un delito. Lo siento por esos lugares, lo respeto y aconsejo que tengamos la mayor consideración para quienes tengan esa tradición. Sin embargo estuve leyendo la presentación de Jennifer Aniston en el diario El País, y a pesar de que en el mundo de Hollywood como lo pone el mismo relato es casi un delito envejecer. La artista luce muy contenta, satisfecha y llena de felicidad en una fotografía con sus cuarenta y dos e incluso dijo que se sentía mejor que cuando tenía veinte.

Ya sé que algunos dirán que con el dinero que ella maneja todos nos sentiríamos así, pero si ponemos la mano en el corazón sabemos que hay mucha pero mucha gente que cambiarían todo su dinero por volver a una edad deseada dando una evidencia clara de que no encuentran felicidad en su vida, a pesar del dinero que poseen.

Algunas actitudes que debemos tomar en cuenta  para  superar algo que es tan obvio he investigado y lo pongo a consideración:
  1. Aceptar nuestra edad sin resistencia. La resistencia puede frustrarnos y aumentar nuestro grado de estrés. Aceptar no es resignarse sino tratar de encontrar los puntos positivos de nuestra nueva situación. Somos más maduros emocionalmente, hemos adquirido más experiencia, podemos ayudar a los inexpertos y sentirnos más útiles.
  2. Mantener una actitud mental positiva puede ayudarnos a tomar en consideración que hacerse mayor no es un delito ni un pecado, es la ley natural de la vida nacemos crecemos, envejecemos y morimos.
  3. Pensar con vitalidad, alegrarnos, reírnos, sentirnos bien con nosotros mismos. Si hacemos un esfuerzo en este campo, encontraremos la verdadera juventud y la felicidad.
  4. La vida con todas sus facetas, es una bendición de Dios, pero mucho depende de nuestra actitud. No podemos nadar contra la corriente por mucho tiempo, al final nos arrastrará y nos ahogaremos. Es mejor aprovechar la corriente especialmente en este caso.

“Nunca te preguntes por qué todo tiempo pasado fue mejor, pues esa no es una pregunta inteligente.” Eclesiastés 7:10